Una nueva ola de argentinos se instala en Punta del Este

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No son los empresarios retirados que se fueron a fines de los 90, sino familias jóvenes que buscan un cambio de vida; crece la oferta de servicios

Madeleine Rivero Hornos y Santiago Martínez, ambos patagónicos, abrieron este año un negocio de comidas. Foto: Paula Salischiker PUNTA DEL ESTE.- Suenan las 12 del mediodía y los cocineros patagónicos Madeleine Rivero y Hornos, de 30 años, y Santiago Martínez salen por la península a repartir viandas veganas y sin gluten cocinadas durante la mañana. La pareja de San Martín de los Andes, que espera su primer bebe, desembarcó en el balneario esteño a fines de 2015 y en mayo de este año lanzó Almazen Artesano. Comparten sus menús en las redes y tienen 25 encargos diarios. A la misma hora, el clásico parador I’Marangatú de la 7 de la Mansa prepara las mesas con vista al mar para recibir a sus comensales. Apostó por abrir todo el año y la noche anterior organizó su ciclo de cine, como todos los martes y a pesar del viento que parecía llevarse todo. Los semáforos nunca funcionan en invierno en Punta del Este y tampoco hay tráfico, pero pareciera que este antiguo páramo de jubilados y «ermiesteños» se renueva de a poco con iniciativas más jóvenes, empujado por una nueva ola de familias argentinas con hijos chicos y treintañeros montevideanos que eligen residir en el balneario y que le dan vida al lugar. Abren nuevos cafés y lugares para picar algo, en su mayoría propuestas saludables, y se desempolvan refugios más tradicionales que apuestan por quedar abiertos todo el año. Los últimos datos oficiales de la intendencia de Maldonado son de 2011, y apoyarse en la cantidad de permisos de construcción otorgados no es un referente para confirmar la tendencia dado que muchos departamentos y casas pueden estar vacíos todo el año, pero basta observar la ciudad y conversar con habitantes e instituciones educativas para confirmar que la época de inviernos a lo far west, con hojas rodando en las calles desoladas, quedó atrás. El ejemplo más pujante es la creación de un nuevo colegio, el International College, con una inversión de 25 millones de dólares en un predio de cinco hectáreas que solía estar llena de pinos cerca del barrio Jagüel. En los pasillos, carteles en inglés: Art class, Science lab, Student service center, Learning center, Chairman. Al pizarrón le dicen smart board. Es tan inteligente que indica el recreo con hora y sin timbre. La escuela se construyó en 11 meses, abrió en marzo de este año y ya cuenta con más de 300 alumnos, de los cuales 150 son extranjeros: 60 argentinos, 37 brasileños y el resto de los Estados Unidos, Europa y hasta uno de África. Durante las últimas vacaciones escolares de invierno la institución recibió 25 visitas de familias argentinas de dos o tres chicos. «Un matrimonio de médicos, por ejemplo, que mandan a los hijos al Northlands. Viven en un barrio cerrado de Buenos Aires y les preocupa la seguridad. Allá se arman una burbuja, acá buscan apertura con gente de todos lados», cuenta el director y uno de los tres fundadores del colegio, Daniel Reta. Este argentino recuerda que, cuando él llegó por la crisis de 2002, la gente venía por dos o tres años y «no se terminaba de armar la raíz. Hoy, la gente que está acá no se va. Había una demanda insatisfecha y por eso creamos el colegio». Con capacidad para 1500 alumnos, Reta proyecta que serán 450 el año que viene y 750 en tres años. Ya están construyendo un club para las familias y dormis con capacidad para 80 estudiantes. Todas las instalaciones deportivas tienen medidas olímpicas con la idea de convertirse en sede de pretemporadas. Siguiente etapa: una universidad.

En Startup Cowork Café, Fio Mazuco trabaja en plataforma Camino Verde. Foto: Paula Salischiker Misma constatación en el Instituto Uruguayo Argentino (IUA), colegio con más de 700 alumnos que nació hace 39 años como jardín de infantes y que hoy se extiende hasta secundaria con bachillerato. «Durante estas vacaciones de invierno, sobre más de 100 consultas, 35% fueron de familias argentinas con intención de radicarse aquí el año que viene. Son profesionales que pueden mantener el trabajo a distancia o que quieren armar algo acá. Vienen atraídos por la tranquilidad y la seguridad. Y responde también a medidas económicas de los países vecinos. La sensación es que la gente se siente más liberada con sus cosas y hace la prueba», analiza la directora de educación inicial y primaria de español del IUA, Alicia Álvarez. El nombre del colegio es un homenaje a los argentinos porque, cuando abrió, eran ellos quienes tenían más arraigada la mentalidad de educación privada y apoyaron la creación de esta institución. En el Woodside, con 750 alumnos y casi 20 años de historia, evocan «un crecimiento gradual y permanente». El director de la sede Punta del Este de la Universidad Católica del Uruguay, Julio Rius, dice que el aumento de movimiento es notorio. Va aún más lejos: «Ya no son sólo colegios. Ahora miran la universidad con la intención de quedarse». El perfil de los argentinos que eligen saltar el charco es variado. Algunos llegan cansados de los barrios privados y del cambio de reglas constantes en sus actividades, otros buscan calidad de vida y un ritmo alejado del citadino. Están quienes trabajan en real estate o finanzas y pueden hacerlo a distancia, y aquellos que llegan con algunos pocos ahorros, pero con voluntad de armar algo, desde tés, jugos o comida saludable hasta la construcción de viviendas sociales. A ellos se les suman europeos del mundo del software o del arte que ya no necesitan trabajar para vivir y jóvenes montevideanos con nuevos formatos de trabajo que permiten hacer base frente al mar. También, estudiantes que llegan seducidos por carreras que fueron descentralizadas y que sólo se estudian en Maldonado. En busca de la estabilidad La novedad sin dudas son las familias con padres de 35-50 años e hijos chicos que buscan estabilidad y calidad de vida. Suelen venir con un colchón económico o con algo ya medio armado en la Argentina y que pueden monitorear y hacer trabajar a distancia. Eso sí, todos con alma de emprendedores y con ganas de armar algo para el mercado uruguayo, con comercialización en Punta del Este y también en Montevideo, sin necesariamente visualizar un imperio. Agustín Kingsland, de 40 años, y su mujer Valeria Caldas vivieron en San Isidro y en el barrio cerrado Santa María de Tigre antes de venir a Punta del Este e instalarse primero en una chacra y en La Barra y luego en un departamento en La Brava. Llegaron con Emma, hoy de 7 años, y luego nació Ian que ahora tiene 3, ambos alumnos del International College. Al principio, abrió una empresa de cañerías que trajo de Buenos Aires y desde la cual llegó a exportar a 40 países, pero quería dedicarse a otra cosa. «Quería apostar al mercado uruguayo creando algo: jugo prensado en frío. Decidí hacerlo acá porque este es un lugar en el que vive gente que viajó y con conciencia orgánica», explica Kingsland. Así nació Be Juice Factory, que produce y vende en Punta del Este tras un acuerdo con hoteles. Para este argentino, el crecimiento es exponencial: hace cinco años los inviernos eran desolados, y hoy pasaron a tener movimiento. «En La Barra, al principio había semanas en las que no te cruzabas gente. Eso ahora cambió. Hay cuatro o cinco opciones abiertas todo el año para comer, ya no necesitás irte hasta la Punta», cuenta Kingsland. Cuesta creerlo si se pasea por la calle principal de La Barra, donde los comerciantes que sólo vienen a hacer la temporada se llevan luego hasta el agua de las plantas. Pero se trata de saber qué está abierto y dónde ir, como el café Borneo, creado hace algunos meses por Tomás Moche, un argentino que apostó por surfear y servir café artesanal y comida orgánica todo el año; el restaurante Elmo, con pizzas cocinadas al horno, algunas cuadras hacia adentro en la zona de El Chorro, en Manantiales, o La Juana, en el balneario La Juanita, restaurante de tablas y cocina de fuegos abierto todo el año por Lucía Villar, de Montevideo, y Matías Pérez.

En International College, Gisella Bottone y Luiz Zurita con su hijo Ignacio. Foto: Paula Salischiker «Es difícil venir sin viento en la camiseta a buscar trabajo. Tenés que ser emprendedor, porque los empleos disponibles todo el año acá se los pelean. Pero es otra elección, tenés la pirámide de la ambición invertida. Buscás falta de presión, entorno, calidad de vida. No es la ambición económica lo que te trae a Punta del Este. Eso es para los que vienen a explotar la temporada. Los demás quieren vivir», reflexiona Paula Martini, argentina dueña de Santas Negras, boutique de muebles, libros y objetos abierto todo el año en José Ignacio. Observa que, a diferencia de José Ignacio donde llegan dos y se van tres, Punta del Este se convierte en destino de vida de argentinos, y también de brasileños y europeos. Martini destaca que a los cuarentones con hijos que ya vienen armados profesionalmente se suma una «movida enorme» entre la generación de treintañeros. «Por la nueva forma de trabajar, pueden optar por tener la vida de semirretirados y se encuentran entre ellos. Hay muchos jóvenes sin hijos que arrancan la película y se ponen un restaurante o un barcito». Es el caso de Fio Mazuco, de 30 años, que en octubre dejó Montevideo por Punta del Este. En 2012 inauguró Camino Verde, una plataforma que incentiva el consumo responsable. Organiza ferias, talleres de cocina, charlas de empresa, y prácticas de huerta en escuelas. Dice que logró acomodar su agenda para que el balneario se convierta en su base de operaciones. «En Punta del Este hay de todo por hacer, es muy fértil. Te lleva a ser creativo, a emprender. Al no haber tantos lugares abiertos, buscás tu modelo de vida. Hay muchos emprendimientos gastronómicos porque en el verano funcionan muy bien. Pero está bueno trabajar de lo que te gusta el año entero, y lográs que el balneario no muera», explica Mazuco. La montevideana confirma que son muchos los jóvenes que están viniendo y que quieren la actividad de salir y tomar algo. Así aparecen Amorcito, cerca de la terminal de Maldonado, para comer vegetariano al mediodía; Startup Cowork Café, en una esquina entre Gorlero y el puerto; el rico café artesanal de Gron, que se toma mirando bicicletas, a sólo media cuadra; Mercado verde, opción orgánica y raw también en la península; la feria orgánica de los domingos a la mañana en el Cantegrill; los desayunos, almuerzos y meriendas con jugos de Tea for three, frente al Punta Shopping, y el exitoso Capi Bar, que abrió hace dos años y se llena todas las noches, de miércoles a lunes, con bandas de rock, jazz y cerveza artesanal producida por sus dueños Sofi y Diego, de 37 años. «Eso de que Punta del Este es un balneario muerto ya pasó. Hoy es una ciudad viva que necesita propuestas», concluye Fio. Daniel y Carina dejaron el barrio porteño de Belgrano hace un año y medio para instalarse con sus tres hijas de 11, 5 y 2 años en Manantiales. En Buenos Aires, el padre de familia tenía una empresa de juguetes de la que decidió desentenderse y probar suerte de este lado, donde habían podido construirse una casa. Cada vez que venían para las vacaciones, querían quedarse. «A nivel lugar, calidad de vida, naturaleza y seguridad nos encanta. Estamos felices. Pero comercialmente me está costando. En la Argentina me quemó la cabeza el cambio de reglas y la inestabilidad sobre la marcha. Teníamos buena vida, pero también ganas de cambio, de vivir más en contacto con la naturaleza. Ahora me falta generar, y acá no es fácil, pero acabo de llegar», cuenta Daniel. Mientras, como también es instructor de yoga, da clases. Menciona la cercanía con Buenos Aires como factor atractivo de Punta del Este, porque permite que abuelos y nietos se vean seguido. Y asegura que para vivir aquí no hace falta «estar forrado o haber cobrado gran cantidad de plata. El lugar es caro en gastos fijos, pero una familia gasta lo mismo que en Buenos Aires. Y en vez de departamento vivís en una casa con espacio por 800 dólares al mes».

En International College, Gisella Bottone y Luiz Zurita con su hijo Ignacio. Foto: Paula Salischiker «Es difícil venir sin viento en la camiseta a buscar trabajo. Tenés que ser emprendedor, porque los empleos disponibles todo el año acá se los pelean. Pero es otra elección, tenés la pirámide de la ambición invertida. Buscás falta de presión, entorno, calidad de vida. No es la ambición económica lo que te trae a Punta del Este. Eso es para los que vienen a explotar la temporada. Los demás quieren vivir», reflexiona Paula Martini, argentina dueña de Santas Negras, boutique de muebles, libros y objetos abierto todo el año en José Ignacio. Observa que, a diferencia de José Ignacio donde llegan dos y se van tres, Punta del Este se convierte en destino de vida de argentinos, y también de brasileños y europeos. Martini destaca que a los cuarentones con hijos que ya vienen armados profesionalmente se suma una «movida enorme» entre la generación de treintañeros. «Por la nueva forma de trabajar, pueden optar por tener la vida de semirretirados y se encuentran entre ellos. Hay muchos jóvenes sin hijos que arrancan la película y se ponen un restaurante o un barcito». Es el caso de Fio Mazuco, de 30 años, que en octubre dejó Montevideo por Punta del Este. En 2012 inauguró Camino Verde, una plataforma que incentiva el consumo responsable. Organiza ferias, talleres de cocina, charlas de empresa, y prácticas de huerta en escuelas. Dice que logró acomodar su agenda para que el balneario se convierta en su base de operaciones. «En Punta del Este hay de todo por hacer, es muy fértil. Te lleva a ser creativo, a emprender. Al no haber tantos lugares abiertos, buscás tu modelo de vida. Hay muchos emprendimientos gastronómicos porque en el verano funcionan muy bien. Pero está bueno trabajar de lo que te gusta el año entero, y lográs que el balneario no muera», explica Mazuco. La montevideana confirma que son muchos los jóvenes que están viniendo y que quieren la actividad de salir y tomar algo. Así aparecen Amorcito, cerca de la terminal de Maldonado, para comer vegetariano al mediodía; Startup Cowork Café, en una esquina entre Gorlero y el puerto; el rico café artesanal de Gron, que se toma mirando bicicletas, a sólo media cuadra; Mercado verde, opción orgánica y raw también en la península; la feria orgánica de los domingos a la mañana en el Cantegrill; los desayunos, almuerzos y meriendas con jugos de Tea for three, frente al Punta Shopping, y el exitoso Capi Bar, que abrió hace dos años y se llena todas las noches, de miércoles a lunes, con bandas de rock, jazz y cerveza artesanal producida por sus dueños Sofi y Diego, de 37 años. «Eso de que Punta del Este es un balneario muerto ya pasó. Hoy es una ciudad viva que necesita propuestas», concluye Fio. Daniel y Carina dejaron el barrio porteño de Belgrano hace un año y medio para instalarse con sus tres hijas de 11, 5 y 2 años en Manantiales. En Buenos Aires, el padre de familia tenía una empresa de juguetes de la que decidió desentenderse y probar suerte de este lado, donde habían podido construirse una casa. Cada vez que venían para las vacaciones, querían quedarse. «A nivel lugar, calidad de vida, naturaleza y seguridad nos encanta. Estamos felices. Pero comercialmente me está costando. En la Argentina me quemó la cabeza el cambio de reglas y la inestabilidad sobre la marcha. Teníamos buena vida, pero también ganas de cambio, de vivir más en contacto con la naturaleza. Ahora me falta generar, y acá no es fácil, pero acabo de llegar», cuenta Daniel. Mientras, como también es instructor de yoga, da clases. Menciona la cercanía con Buenos Aires como factor atractivo de Punta del Este, porque permite que abuelos y nietos se vean seguido. Y asegura que para vivir aquí no hace falta «estar forrado o haber cobrado gran cantidad de plata. El lugar es caro en gastos fijos, pero una familia gasta lo mismo que en Buenos Aires. Y en vez de departamento vivís en una casa con espacio por 800 dólares al mes»

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