El barrio en torno a Casapueblo es elegido por familias que valoran la tranquilidad de las playas más agrestes y espaciosas de la zona
Esta temporada los Mc Carthy eligieron una playa pasando Punta Ballena para disfrutar del verano. Llegaron por indicación de una cuñada y, desde entonces, la hicieron propia.
Con un hijo de dos años y medio y otro en camino, dicen que les gusta porque la playa es muy grande, hay poca gente, a los chicos se los puede mirar desde lejos, tienen lugar para correr, y el agua es tranquila.Ya lograron convocar a familiares y amigos del colegio, así que Quinto no juega solo. Lejos del ruido y de los paradores auspiciados por marcas, la zona que va de Laguna del Diario a Tío Tom, pasando por Punta Ballena y Solanas, es nuevamente elegida por muchos argentinos que buscan vacaciones familiares, tranquilas y discretas.
Aquí los terrenos suelen ser más espaciosos, las casas son más amplias, todo se hace en auto y para meter los pies en el mar hay que caminar un buen rato por la arena. Bastante más si lo que se busca es sumergirse de cuerpo entero. «Siempre alquilamos 15 días en el puerto, pero quizá para el año que viene podríamos alquilar directo en esta zona. Las casas son más grandes y me imagino que son otros números, pero da para pensarlo. Creés que es lejos, pero no, porque vas a contramano del tráfico», cuenta Augusto, de 35 años.
La zona que bordea la Laguna del Diario se divide entre una parte con más residencias y muy frecuentada por uruguayos (de la 39 y hasta la 25, playas Pinares y Las Delicias) y otra de lotes más grandes y menos construcción (las paradas 40 a 43). Camino a Montevideo, viene luego una zona muy verde, sin construcción y sin vista al mar, antes de subir el lomo de Punta Ballena, con Las Grutas, Casapueblo y Solanas a la izquierda.
«Hay dos Punta del Este: la Mansa y la Barra. La Mansa es paz, puesta de sol. La Barra es ruido, show y predios chicos. José Ignacio será muy lindo, pero no tiene sanatorio ni aeropuerto cerca. No me divierte y además no entiendo los precios. Son dos vacaciones diferentes: para adentro y para afuera. No vengo a mostrarme. Vengo a pasarla bien. A mí, mi casa me atrapa», confiesa Jorge Cohen, un argentino que trabaja en finanzas y que desde hace 45 años elige esta parte del balneario para descansar durante el verano. En su terreno de una manzana, con vista a la laguna, canchas de tenis y de paddle, y pileta, descansan sus cinco hijos y juegan sus 12 nietos. «Casi 13», corrige.
Cohen cuenta que entre las paradas 40 y 43 los terrenos comienzan a lotearse y se siente más movimiento, sobre todo porque los uruguayos empiezan a construirse casas. También se ven algunos edificios nuevos y proyectos que despertaron polémica, como el complejo de torres que planean levantar alrededor de Poseidón, la casa blanca construida por el arquitecto uruguayo Flores Flores y convertida en un emblema de las postales esteñas.
La playa más conocida desde siempre es Portezuelo, bautizada Solanas por los argentinos por el nombre del hotel Solana del Mar, que construyó el catalán Antonio Bonet en 1946. Con seis habitaciones de entre 385 y 410 dólares la noche, este refugio arquitectónico de madera sigue funcionando como tal, aunque también cumple el rol de parador elegante. Esta fue siempre una de las playas preferidas por las familias porque es ancha, el agua en general está quieta y hay al menos 30 metros de hacer pie y un mar que no tira para adentro antes de llegar a partes más profundas.
Si se camina por la playa, siguen luego la verdadera Solanas (desde la ruta es doblando en la rotonda, a la altura de la Ancap) y la Bonifacio (también conocida como playa Plomo por los locales), donde se instaló Olaf, un chiringuito de madera con buenos tragos y platos que funciona día y noche, y con jazz en las tardes frente al mar. Después están Tío Tom, con público local y turistas, y Chihuahua, con perfil bien marcado porque es una playa nudista, aunque también van muchos con ropas a tomar algo al parador.
Fuera del circuito
Leandro Quiroga tenía 18 años cuando fundó Medio y Medio, un clásico de Punta Ballena que todos los veranos, a partir de fines de diciembre y durante todo enero y febrero, propone 40 shows en 60 días. El festival busca exponer lo mejor de las músicas populares de Uruguay, Argentina y Brasil, y este refugio musical esteño funciona desde hace 23 años. Esta temporada innovó con la franquicia de una cervecería argentina, 1516, el primer espacio que queda abierto hasta las 4 de la mañana.
«El público de acá es familiar y empresarial, con propietarios e inquilinos. Se construyó mucho en los últimos años, en particular pequeños barrios premium, y eso cambió el perfil. El nivel adquisitivo, en general, es alto. Originalmente eran solo argentinos aunque ahora está dividido, y cada vez vienen más extranjeros. Acá no hay prensa ni paparazzi. Hay muchos que se hospedan en la Barra y salen por esta zona porque es un lugar fuera del circuito en términos de exposición. Es más discreto. Los emprendimientos son todos de alta gama pero no hay la recontraexclusividad. Es otro tipo de perfil alto: más empresarial y menos farandulero», analiza Quiroga.
Cuenta este empresario que Punta Ballena siempre tuvo un perfil cultural de alto vuelo: la zona fue creada por Antonio Lussich, un entrepreneur croata que adquirió 1000 hectáreas de médanos y plantó un bosque para protegerse del viento. Como tenía una empresa de salvatajes marítimos, de sus viajes trajo especies de todas partes del mundo. Así nace el Arboretum Lussich, que hoy puede visitarse y es un muy buen programa. Lussich también escribía y es el autor de Tres Gauchos Orientales, obra que le mostró a José Hernández, de quien era muy amigo. Hernández publicaría luego el Martín Fierro. Años más tarde las tierras fueron adquiridas por un grupo argentino que le encargó el proyecto urbanístico al catalán Antonio Bonet. Las plazas tienen todas forma de anclas, entre los lotes se extienden senderos con acceso directo a la playa, y hay una zona exclusivamente pensada para caserones. En esta urbanización casi todas las chapas son argentinas. Los uruguayos la conocen poco y nada.
Para ver el atardecer, además de la ya conocida punta pasando Casapueblo, está Manantiales Point, que no cambió el nombre para esta segunda sede y se instaló frente a Marina del Este, el primer complejo construido en el lomo de la Ballena. En ese camino también se observan los nuevos proyectos, todos construidos mirando hacia la Punta. Antes la tendencia era mirar hacia la bahía de Punta Ballena, desde donde se ve el atardecer, pero esos espacios están tan agotados que la construcción se va extendiendo hacia tierra vacía. El lomo de la Ballena, que solía ser verde, también está hoy totalmente acaparado por nuevas casas.
Todos los sábados de verano, desde hace dos años, los artistas de la zona abren sus ateliers al público para una noche de arte. Entre ellos, Héctor y Serrana del Castillo, padre e hija que exponen cuadros coloridos con dibujos inspirados en el bosque y las aves de estos alrededores. Ubicados en la calle Murmullos del Mar, también pueden verse los pañuelos de seda que crea Serrana bajo el nombre de Gauderia. A ellos se suman La Caja, un espacio de arte y gastronomía; Dalarna, que además de exhibir arte es un vivero y está en Chihuahua, y Olaf, que además de jazz en vivo ofrece una exposición de mosaicos de Juana Guaraglia y artistas invitados.Otro programa para destacar en esta zona es la ruta 12. Nace en Punta Ballena, a la altura del Hotel Las Cumbres, y es considerada una ruta panorámica. Durante el recorrido se pueden visitar dos bodegas: la uruguaya Alto de La Ballena y la brasileña Viña Edén.
El viernes pasado, en el Club de los Balleneros organizaban la Fiesta de la Flor, la única celebración del año que reúne a varios de los 210 socios. Fundado en 1965 y diseñado por Carlos Paéz Vilaró, este club social, deportivo y familiar reúne a la gran mayoría de propietarios de la zona. Los argentinos solían representar el 80%, pero hoy ese número bajó a 60 por ciento. «La identidad de esta zona es muy familiar. Este es un lugar donde, cuando la temporada es una locura, acá se encuentra paz. Y no porque no haya gente. La hay, pero el espacio es grande y muy tranquilo», cuenta la argentina María Eugenia Timossi mientras se encarga de ultimar detalles en la sala. Abierto a todo público, vale la pena probar el restaurante: a la carta de pescados, mariscos frescos y sushi se le suma una vista inigualable a la piscina de agua salada, seguida casi sin interrupción por la inmensidad del mar.
Por: Nathalie Kantt