Internet facilita la unión de la oferta con la demanda y destruye estructuras tradicionalesBuena parte de las personas que viajan desde el aeropuerto de Carrasco compra sus pasajes en sitios web tras cotejar precios de varias compañías, contrata alojamientos por el mundo a través de Airbnb, se informa sobre cómo están las cosas en su destino gracias a medios de comunicación electrónicos, hace su check in desde casa, se despide por WhatsApp o Facebook, y va hasta la terminal en un coche de Uber. Incluso es probable que los viajeros hayan comprado vestimenta o una computadora o un teléfono vía internet, que les será entregado puntualmente en uno de sus destinos. El viaje les cuesta entre 40% y 50% más barato que por las vías tradicionales. Por el camino dejaron inmobiliarias, hoteles, taxistas, imprentas y periódicos impresos, agencias de turismo, tiendas y otras empresas, que ven con pavor cómo el suelo se derrite bajo sus pies.
Sitios web y aplicaciones móviles (apps en inglés) están cambiando a velocidad de vértigo las formas de vivir, comerciar y producir. Solo se necesita un teléfono o computadora, conexión a internet y una tarjeta de crédito.
Los taxistas de Montevideo, como los de casi todo el mundo, pelean una batalla sin esperanzas contra Uber, y por el camino erróneo: no con un mejor servicio sino con más caos en las calles. Los hoteleros lloran ante Airbnb, que les ha robado una buena porción del negocio. Y ahora aplicaciones como TuTasa, Inversionate, Prezzta o Socius, que ofrecen préstamos entre personas, alertan a los bancos.
Una de las razones del éxito de esos sitios web y aplicaciones es que, al eliminar o reducir la intermediación, los bienes y servicios resultan más baratos. Además, el usuario tiene más opciones y un mayor control sobre lo que compra.
La tecnología amenaza a todos los intermediarios que no mejoren radicalmente. Incluso el gobierno electrónico –la posibilidad de realizar trámites oficiales, gestionar documentos y emitir opinión vía internet– ofrecerá tal vez la última oportunidad de vencer a la irreductible burocratización uruguaya.
Las compras por internet avanzan en proporción geométrica. Amazon, dedicada al comercio electrónico, es más importante que cualquier cadena de supermercados o tiendas globales. Las aduanas son un anacronismo.
Buena parte de las personas y de los líderes –de la empresa, de la política, de la cultura– discuten cosas muertas del siglo XX con categorías del siglo XIX. La primera reacción ante la novedad suele ser: ¡Regular!, ¡Detengan el planeta! Pero la sociedad y la tecnología van más rápido que los burócratas y las autoridades, que a veces pretenden controlar el mundo cuando ni siquiera pueden mantener limpia una ciudad. ¿Recuerdan las iniciativas en los años de 1990 para «regular» el avance de la telefonía móvil y «proteger» la telefonía fija? ¿Recuerdan cómo se buscaba información cuando Google no existía? Hoy centenares de millones de personas utilizan aplicaciones para citas y búsqueda de pareja (y hay complejas investigaciones científicas y consejos para tener éxito).
Algunos han creído ver un «camino hacia el socialismo» en las nuevas formas de contratar, pues destruyen antiguas estructuras. Incluso Joe Gebbia, uno de los gestores de Airbnb, habla de «economía colaborativa». Pero todo negocio que sirve a las partes es «economía colaborativa». Airbnb, como Uber y tantos otros que facilitan enormemente la unión de la oferta con la demanda, cobra comisión. No es beneficencia.
El comercio on line es otra fase revolucionaria del capitalismo, una nueva frontera. No en vano la mayor parte de esas empresas de fulgurante éxito global tienen sede en lugares como Mountain View o Silicon Valley, en San Francisco, o en Seattle, Redmond, Londres y New York. Es una consecuencia más de la Revolución Industrial, esa que liberó las mayores fuerzas creativas y productivas de la historia, según describió Karl Marx en el Manifiesto comunista. Y no lo hacen porque el capitalismo esté en crisis, ni porque cave su propia tumba, no al menos por ahora, sino para que se suban al carro cada vez mayores porciones de la humanidad que, pese a sus persistentes miserias, nunca fue tan numerosa, opulenta y libre.
Nunca en la historia se registró tanta y tan rápida movilidad laboral, económica y social. Pero, al mismo tiempo, los cambios acelerados, la vetustez instantánea y la ausencia de certezas provocan grandes aprensiones y reacciones. La ansiedad y la depresión son las grandes enfermedades contemporáneas. Una parte del cuerpo social sigue el ritmo y se beneficia de múltiples aspectos de la modernidad. Pero las personas menos preparadas, más viejas o desmoralizadas, quedan por el camino.
Fuente: elobservador