La costa uruguaya atrae a propietarios de todas partes del mundo con sus encantos

  • hace 1 mes

Ingo Schirrmann es un productor de televisión de Alemania que, después de unas vacaciones de Año Nuevo planeadas con prisa en Uruguay, decidió adoptar a este lugar como un nuevo estilo de vida.

Así fue que en diciembre de 2012 canceló sus pasajes a Courchevel (Francia) y voló a Punta del Este. Recorrió la costa, y fue en José Ignacio que quedó maravillado por su atmósfera apacible y amistosa, y cuando empezó la pandemia decidió instalarse definitivamente allí.

 

Al igual que el Schirrmann, europeos y estadounidenses que viajan a la costa uruguaya durante las vacaciones terminan comprando segundas residencias allí, uniéndose a un grupo creciente de residentes de América del Sur.

 

Los restaurantes de playa como La Huella, que deleita a los clientes con sus mariscos a la parrilla y su decoración de madera; las calles de grava salpicadas de boutiques y sus extensas playas se convierten cada vez más en un imán para trotamundos de todas partes del mundo que buscan relajarse y ser parte de una comunidad cálida, segura y tranquila. 

 

A diferencia de Punta del Este, donde los edificios son cada vez más modernos y de mayor estatura, José Ignacio y sus alrededores tienen códigos de construcción estrictos destinados a preservar el ambiente, así como la identidad rural de la zona.

 

En un momento en que las personas han estado repensando la vida en la ciudad, la promesa de una rusticidad eterna y de buen gusto es una de las propuestas más atractivas.

 

Fuente: The New York Times

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