Pablo Bertorello (Especial)1 Oasis en la Mansa y la Brava
Las playas uruguayas tienen luz propia, pero para disfrutarlas a pleno con comodidad, los paradores son la opción top. En la Mansa se encuentra uno de los más tradicionales de “Punta”. En la parada siete, está I’ Marangatú con su gran restaurante-terraza con vista al poniente, uno de los favoritos para instalarse en la zona más familiar y tranquila de la península. También se alquilan sombrillas y reposeras y hay servicio de comida hasta la orilla del mar. En el acceso a la playa, rampa para discapacitados y carritos para quienes no pueden caminar hasta el mar.
Al pasar por las puertas de madera rústica talladas de Mia Bistró, en la 19 de la Brava, se nota que no se trata de un parador más. Una buena combinación de sabores de cocina con una vista preferencial logró convertirlo en uno de los más solicitados. Es el punto de encuentro para los que veranean a mitad de camino entre la península y la Barra, ideal para un café a la mañana, una comida al mediodía o unos tragos cuando cae el sol.2 – Visita obligada a Punta Ballena
Hay que perderse en el verde del Arboretum Lussich, al pie de la sierra de la Ballena, donde se puede observar en plenitud Punta del Este. El parque permite practicar senderismo, atravesando sus 190 hectáreas de extensión, y despejarse respirando un suave perfume de eucaliptos. Para coronar el recorrido, a cuatro kilómetros, Nonno Antonio se trata de una buena alternativa para degustar quesos con una copita de vino.
Pero el clásico de Punta Ballena es mirar el atardecer desde los terruños de Casapueblo. En la joya estilo hornero que supo ser casa de veraneo de Carlos Páez Vilaró el Sol nunca pierde protagonismo y permite jugar con la imaginación para sentirse por un ratito en Santorini. Abierta al público como museo y galería de arte, además de hotel, cuando el ocaso es inminente, la cita, café o aperitivo mediante, se da en la terraza principal para contemplar la paleta de violáceos, anaranjados y rojizos que pintan el cielo. De fondo, la voz en off del escultor relata su ceremonia: “Chau Sol. Te quiero mucho. Cuando era niño quería alcanzarte con mi barrilete. Ahora que soy viejo, sólo me resigno a saludarte mientras la tarde bosteza por tu boca de mimbre”.3 – Delicias al paso en el puerto
Siempre vale la pena sentarse en cualquier puerto para ver partir a los barquitos. Y si bien es cierto que todos los ancladeros de ciudades turísticas se pregonan como una atracción en sí, con yates de lujo, veleros y un buen puñado de restaurantes, en el caso de Punta del Este el paisaje portuario tiene un plus: a los costados del muelle en donde se embarcan los turistas rumbo a la isla Gorriti o a la isla de Lobos, hay un mercado con unos mariscos para chuparse los dedos. Si bien los puestos de venta llevan décadas allí, recién hace pocos años tienen sus locales especialmente diseñados. El más antiguo de todos es El Gaucho, con más de 60 años en el rubro. (Foto: Ministerio de Turismo de Uruguay/ Kromostock).4José Ignacio a full
Con su olor a pueblo chico, el ruido del viento y las olas y su onda bohemia chic supo conquistar corazones. Por eso, al menos una vez hay que conducir los 40 kilómetros hasta José Ignacio y quedarse allí a pasar el día. La playa Brava es un must del verano. Hace tiempo que esas arenas, engalanadas por el restaurante La Huella, son una pasarela de tendencias. El grueso de la gente suele concentrarse allí, en las inmediaciones del famoso faro, donde está la movida. Más allá de eso, la playa es muy ancha y extensa y quienes se animen a una buena caminata hacia el este podrán encontrarse con un parador escondido y casi desértico: Las Rosas, enfrente de Laguna Escondida. (Foto: Ministerio de Turismo de Uruguay/ Kromostock).