Es frecuente que un miembro de la pareja plantee acceder al celular, redes y correo electrónico del otro. Entre la transparencia y el resguardo de la intimidad.»Mirá, este es el patrón para entrar a mi celular», le dijo Sofía a Marcos, su pareja. A él ese gesto le resultó simpático, como un signo de confianza en el vínculo. De todos modos, tiene claro que ante un planteo de compartir todas las contraseñas, su respuesta sería un «rotundo no». Con una relación de 20 años, María sabe cómo ingresar a todos los dispositivos de Raúl, su marido, pero solo lo usa para cuestiones prácticas. «Si tengo que imprimir una factura que está en su mail, por ejemplo, pero siempre preguntándole. No se me pasa por la cabeza revisarle», afirma. El caso de Alejandra fue bien distinto: con su ex compartían passwords de iPad, celulares, redes y hasta correo electrónico. «En vez de ser un método de confianza terminaba generando desconfianzas porque revisábamos todo del otro. Era un síntoma de que la relación no funcionaba», dice.
Lejos de la edad adulta, los planteos de compartir las contraseñas suelen aparecer en la infancia, señala el psicólogo especializado en tecnología Roberto Balaguer. En ese período el tema empieza entre mejores amigos y ya trae problemas, muchas veces asociados a bromas. En la adolescencia, a los pares se les agregan los novios y tampoco la experiencia suele ser positiva. «Creemos que lo mejor es que cada uno mantenga su individualidad y la contraseña de alguna manera resguarda esa individualidad, protege cosas que no son secretas, sino que son íntimas o involucran a terceras personas y que no necesariamente son para compartir con la pareja», dice el experto. «Si no el riesgo es que la pareja funcione como en una especie de simbiosis y eso, muchas veces, no termina siendo bueno», agrega.
De todos modos, hay un matiz: cuando ambos miembros de la pareja quieren intercambiar sus passwords. Ahí, como en todo donde hay acuerdo entre las partes, los expertos lo ven como válido. Y también como la excepción.
Lo que sí suele suceder es que uno plantee el tema y el otro no esté de acuerdo. En ese caso los especialistas señalan que es fundamental respetar esa decisión. Mariana Álvez Guerra, psicóloga positiva, tiene una visión contundente. «No es necesario hacer esto; las parejas que exigen que brindemos la información personal son parejas controladoras, celosas y posesivas», sostiene. Lo que comienza con pequeños detalles, termina convirtiéndose en una «verdadera invasión». Y si permitimos que nos invadan, afirma Álvez Guerra, el otro irá tomando cada vez más control hasta hacerlo intolerable.
Además, en el caso de las personas celosas, el tema no terminará cuando tengan acceso a las contraseñas. Esos mecanismos habilitarán nuevos conflictos: nunca van a considerar suficiente la información a la que acceden, terminarán leyendo mensajes o historias que interpretarán muchas veces fuera de contexto.
Cuando un miembro de la pareja dice que no quiere sumarse a esta «transparencia», muchas veces el otro pone el tema en términos de confianza. «Que alguien no quiera ser invadido no quiere decir que tenga algo que ocultar. Si no confiamos de antemano, el problema suele estar más en nosotros mismos que en el otro», dice la psicóloga. En el mismo sentido, Balaguer opina que «se generan rispideces donde no compartir significa ocultar cuando en realidad lo que resguarda es cierto carácter íntimo, privado».
Revisar.
Cuando Balaguer brinda conferencias o talleres y pregunta cuántos de los presentes espió el celular de su pareja, más de la mitad del auditorio suele levantar la mano. En Argentina, estudios sobre este tema sitúan en 80% a quienes admiten esa práctica. «Muchas veces es señal de desconfianza, de celos, de sentir que algo no está sucediendo bien», sostiene Balaguer y agrega: «No pareciera de base como una situación lícita. Por eso hay ese respeto con en correspondencia, mails, celulares, en la vida, porque hace que la persona sienta que tenga ese resguardo propio más allá del vínculo que tenga».
En Argentina, un fallo reciente consideró revisar un teléfono como un delito que puede llevar hasta seis meses de penitenciaría. En España, un hombre fue condenado dos años por esto. Y aunque en Uruguay, según fuentes consultadas, no habría fallos en este sentido, sí hubo casos recientes de violencia doméstica que llegaron a la Justicia donde el espiar el celular fue el detonante de la situación.
Fuente: elpais.com.uy