El rascacielos de 67 pisos que el arquitecto Rafael Viñoly proyectó para el Hotel San Rafael generó tal revuelo que a los pocos días fue transformado en un par de torres horizontales, con una altura tres veces menor. Pero a Viñoly el cambio radical que debió hacer a su idea original no le preocupa. Es más, le parece que es el proceso natural que recorren los proyectos de alto impacto. Su primera propuesta le permitió “testear” la opinión pública, y hoy se da cuenta de que hacer la torre de 300 metros hubiera sido imposible. La población siente nostalgia por el hotel y por eso hay que conservarlo y mejorarlo, concede. No es cuestión de violentar a nadie. “Si usted no está preparado para una inyección y prefiere tomarse tres pastillas, bueno, le damos las pastillas”.Hay, además, un “tabú” con el tema de la altura, dice. Porque todas las torres de 30 metros que pueblan Punta del Este “son 300 veces peores” que la que él propuso: “Es mejor una torre altísima bien proporcionada que esas especies de tortas que hacen que son lamentables”.
Viñoly está convencido de que el despegue de Punta del Este y de Uruguay como destino internacional necesita de este tipo de proyectos. El suyo es un puntapié, un “mecanismo de shock”, porque en “algún momento alguien se tiene que dar cuenta de que aunque el Uruguay no lo crea, esto ya es Miami, pero es peor”. Porque en Miami la gente, al menos, se queda a vivir.
“Seguir protestando porque el capital construye es algo que estaba más o menos bien en los años 60, pero hace 60 años de eso”, se queja. Pero agrega: “Que el liberalismo piense que todas estas cosas son completamente juego limpio y que el mercado se regula solo también es una fantasía completa”.
Sin embargo, Uruguay no hace más que reaccionar a los vaivenes de la economía de los países vecinos, y no tiene un proyecto sostenible. Falta rumbo, planificación, regulación. Los políticos “no tienen la menor idea de lo que están haciendo” y “todo queda en manos de la iniciativa privada”.
Así, ocurren “cosas ridículas”, como lo que está pasando en José Ignacio, “donde la gente va y se cree que son pescadores y cuesta más que comprarse una casa en París”.
“En algún momento eso también va a explotar”. Porque cuando no hay regulación “se revienta todo”.
Al arquitecto de fama internacional, responsable del Aeropuerto de Carrasco y de edificios emblemáticos en las principales ciudades del mundo, no le estresan demasiado las críticas que su proyecto recibió desde la Facultad de Arquitectura. “Mis colegas están en desacuerdo… so what?”.
—¿Por qué el cambio radical entre un proyecto y otro?
—Porque estas cosas son siempre más o menos así. Uno hace una propuesta que estaba basada en la misma visión que formó el segundo proyecto, pero que lo resolvía con un tema que es medio tabú en todas partes del mundo, que es el tema de la altura. Es un tema particularmente sensible en lugares donde se ha tratado siempre de trabajar sobre temas de la densidad, limitando la altura. ¿Es como una contradicción fundamental geométrica, no? Porque la única cosa que obtiene densidad sobre la misma superficie de terreno es la altura, ¿no es cierto?
En realidad pensé que era más que nada un testeo, como un test de la opinión pública, porque a mí me parece que este tema tiene que estar afrontado desde una perspectiva muchísimo más genérica, que no tiene nada que ver con la altura, que es qué clase de desarrollo es permitido en este lugar, o cuál es el futuro de Punta del Este después de tantos años de esta especie de gran desarrollo un poco insostenible, porque está basado sobre unas economías que son fluctuantes y que en el fondo siempre tienen orígenes… Los que todos conocemos.
—En la presentación del proyecto en la Junta Departamental usted habló de “la guita negra que viene de Buenos Aires”.
—Es lo mismo que pasa en Miami y en muchos otros lugares, que es que de golpe hay como estas grandes invasiones de plata que no tienen el mismo tipo de rigor que tiene una inversión real en un mercado real, y por lo tanto crean mercados artificiales, que es lo que a mí me parece que es el problema más serio de casi todo el desarrollo urbano de la costa uruguaya, pero también de la economía uruguaya. En algún momento alguien tiene que tener un plan de que es lo que hay que hacer y que sea un plan viable y un plan que no reaccione a situaciones puntuales tan determinadas, porque cuando la economía en la Argentina, Brasil o Paraguay empieza a funcionar, de golpe hay como una especie de enorme actividad que nadie sabe si la infraestructura la puede tomar, o si es lo que los uruguayos o la gente que vive en Punta del Este piensan que tiene que ser el desarrollo de esa región. Como no hay modelo para eso, sino que es completamente reactivo, nadie ha dicho cómo tiene que pasar acá. ¿Se da cuenta? El primer proyecto fue en esta especie de tentativa de hacer razonar sobre el tema del cambio del mercado al cual toda la región tendría que apuntar.
“El primer proyecto fue en esta especie de tentativa de hacer razonar sobre el tema del cambio del mercado al cual toda la región tendría que apuntar”
—¿Qué mercado aspira atraer con este tipo de proyectos?
—Esto no es un problema solamente del tipo de producto que uno construye sino también del tipo de inversión que uno hace, de los servicios que vienen acompañados… Esta es una forma de poner una oferta residencial a un mercado que es imposible que gente local lo pueda afford. Esa es la idea general de Cipriani también, hacer un proyecto donde la gente que puede venir de afuera entienda que tiene el nivel de servicios que una estadía de ese tipo necesita. El diseño está acomodado a ese mercado. Está el tema del cambio que usted plantea, y el cambio no es nada más que un mecanismo de shock, porque en algún momento alguien se tiene que dar cuenta de que aunque el Uruguay no lo crea, esto ya es Miami, pero es peor que Miami. Porque en Miami la gente al final vive. Y ese es el punto básico.
—¿Por qué Punta del Este es peor? ¿Por qué no se quedan a vivir?
—Porque pasa lo que sabe todo el mundo, que es un mercado estacional, que ni siquiera es una estación, son tres semanas, con lo cual la lógica de esta inversión, tanto para los que construyen como para los que compran, tiene que estar basada en algo que no tenga ninguna relación con una lógica normal del tipo de inversión que uno hace en una vivienda. Creo que el problema fundamental en general del Uruguay es que nunca se ha sentido en la posibilidad de convertirse en un país destino. Y eso es una cosa que empieza por la infraestructura. Reaccionar a la carencia de mano de obra para una industria de la construcción que está en estado prehistórico, simplemente sobre motivos humanos, porque la gente que uno conoce no tiene trabajo entonces más vale hagamos cualquier cosa para que tengan trabajo, y el efecto que esa actitud tiene con respecto a la planificación global del país… Y esto no es solo en el real estate, es en la minería, es en la explotación de la costa, es en un montón de cosas, y es lo que genera estas situaciones que son conflictivas.
Es notable porque a todo el mundo le gusta esta segunda versión, que es la misma que la otra nada más que es un torre que en vez de estar parada está acostada.
“Esto ya es Miami, pero es peor que Miami. Porque en Miami la gente al final vive. Y ese es el punto básico”
—¿O sea que hay un tema con la altura?
—Esto es parte también de los problemas que tiene todo este tema del planning. Como es una cosa muy visible, todo el mundo tiene una facilidad de reaccionar contra esto, pero en realidad el problema es diferente, no es cuestión de que es alto, bajo, o corto, chico, o lo que fuera. Es que nadie entiende hacia dónde uno orienta toda esta inversión. Y cuando la inversión viene orientada por razones que no tienen nada que ver con el lugar, que es todo lo que pasa con el pre-tax money, es como el blanqueo: si quiere buscarle lógica al blanqueo, la única lógica que tiene es el blanqueo, no tiene ninguna lógica.
—¿Usted con su primer proyecto simplemente buscaba provocar, testear la opinión pública? ¿Ya tenía un plan b en su cabeza?
—No, no fue una estrategia de ese tipo… Yo creo que este tema muestra que en realidad el tema de cómo se transforma espacialmente un lugar es un asunto complicado sobre el cual la gente reacciona por razones que, en el fondo, son culturales, que son opiniones formadas sobre parámetros que no existen más. Porque todas estas torres de 33 metros son 300 veces peores que la que nosotros propusimos.
—No solo la gente reaccionó, también reaccionó la academia. Algunos de sus colegas de la Facultad de Arquitectura criticaron el proyecto.
—No digo que no. Pero tampoco crea que lo que opinan algunos de los colegas a mí me importa demasiado. Ese no es el problema. De todo esto lo único que es importante es que sale algo positivo, que es lo que pasa siempre con estos proyectos. No es la primera vez que yo gestiono un proyecto de esta magnitud o de tres veces esta magnitud. ¿Sabe cuál es el problema? Es lo mismo que pasó con el puente. ¿Se acuerda que yo primero dije que no y después que sí? El puente ahora a todo el mundo le parece genial y está todo brutal, ¿no? Pero el puente la única cosa brutal que tiene es que terminó con la expansión de la jurisdicción nacional de la Ruta 10, por lo menos hasta que cambien la ley. Que los colegas, como dice usted, o la gente que se supone que tiene que entender este problema, hayan puesto el foco en ese tema, y nadie habló de eso, ¿se da cuenta? Yo que no soy político, pero la arquitectura en el fondo es una actividad política, yo no puedo creer que la gente no se haya dado cuenta de eso. Cuando además lo dije 350 veces. El problema de esta situación, cuando se vulgariza —que a mí ni me va ni me viene, me parece fenómeno que la gente proteste y todo lo demás— pero que de ahí en adelante eso informe una actitud ética con respecto a cómo uno trabaja en una situación tan delicada como esta, hay una milla y media. Usted me dice que mis colegas están en desacuerdo… so what?
“Es notable porque a todo el mundo le gusta esta segunda versión, que es la misma que la otra nada más que es un torre que en vez de estar parada está acostada”
—En la carta que envió al intendente de Maldonado, Enrique Antía, usted dice que hay un ejercicio de “conciliación” en la arquitectura…
— El ejercicio de conciliación es que si usted no está preparado para una inyección y prefiere tomarse tres pastillas, bueno, le damos las pastillas… Esto no es una cuestión de violentar a nadie. Pero no tiene nada que ver con la Facultad, yo que los quiero muchísimo, me parecen todos simpatiquísimos, pero no tiene nada que ver. Este proyecto tiene exactamente la misma densidad que el proyecto anterior, es un proyecto que nació de entender que no se podía hacer el otro y a mí en este tipo de cosas nunca me parece que uno pierde sino que uno gana, y yo creo que este proyecto es uno menor e igual o mejor que el otro.
—¿Es verdad que lo diseñó arriba de un avión?
—Sí, cuando volvía. Pero yo siempre trabajo arriba de un avión, tampoco es una novedad.
—¿Cuál es el mercado que busca atraer con el proyecto? ¿La clientela que tiene Cipriani en el mundo?
—No es solo la clientela. Este proyecto uno lo debería considerar como una parte de la infraestructura. Por ejemplo, de la misma manera que me parece que esto es importante, sería fundamental que uno corrigiera todo el proyecto de la educación en el Uruguay. Es más arquitectónico eso que ninguna otra cosa.
Lo que en el fondo es notable, porque no es que sea lamentable, es como es, es que no exista un criterio, que todo esté dejado en las manos de la iniciativa privada solamente. Porque no tendría que ser así. Yo creo que lo que tiene de bueno el proyecto es que tiene un alcance… Usted no puede vender a Punta del Este como todo pastoral, porque no es más eso. Es un lugar de una potencialidad que tendría inevitablemente que estar —como está, aunque la gente no se da cuenta— en el mundo entero. Y eso es a lo que hay que apuntar. Y a mí me parece que este proyecto, y sobre todo la posición que tiene Cipriani, apunta a esa situación. Por eso me pareció que había que hacerlo.
—Usted habla de un tema conceptual…
—No solo hablo de un tema conceptual, lo que yo hago son edificios de ladrillo, hormigón. Más concreto que eso no hay. Lo que quiero hacerle entender a usted y a sus lectores es que este es un proceso del cual uno no tiene por qué estar avergonzado. Es el proceso natural que tiene cualquier proyecto que tiene un impacto mayor. Que este haya tenido un impacto en una región donde uno sabe que está poniendo el dedo en el ventilador, a usted le parecerá que es como una intención, pero en realidad no lo fue. Yo creo que es mejor una torre altísima bien proporcionada que estas especies de tortas que hacen que son lamentables. No tengo ningún problema en decirlo. ¿Por qué no protesta la Facultad sobre cómo se planificó este nuevo sistema? Hay contradicciones enormes. Naturales, eh. Yo no digo que todo el mundo sea incapaz ni nada por el estilo. Para mí fue una experiencia completamente normal. Yo trabajo en 50 países del mundo y sé exactamente cómo se hacen estas cosas cuando uno tiene que negociar con gente que no opina de atrás, como opina todo el mundo, que opina de adelante. Porque si la Facultad fuera tan importante, o mis colegas fueran tan importantes, tendrían que estar incluidos en el plan in process, ¿se da cuenta? Y no hay ninguno. O sea que todo lo demás es nada más que chisme.
“Yo creo que es mejor una torre altísima bien proporcionada que estas especies de tortas que hacen que son lamentables”
—¿Y con los gobiernos cómo se lleva? Usted ha trabajado con gobiernos de todos los partidos, ¿cómo es lidiar con el tema político?
—Estas cosas tienen procesos. Y en el Uruguay, la planificación funciona a través de la opinión del político que no tiene la menor idea, no tienen la menor idea de lo que están haciendo. Lo que se convierte en norma es una especie de combinación entre lo que pasó antes y la temeridad de hacer algo que reconozca el cambio. Es lo que está pasando en José Ignacio, donde la gente va y se cree que son pescadores y cuesta más comprarse una casa que en París. Entonces es como que son todas cosas ridículas. En algún momento eso también va a explotar. O sea que lo que hay que tener es una idea de qué es lo que se quiere hacer con el lugar.
—¿Con cuál de los dirigentes políticos de los últimos tiempos ha tenido más afinidad o más feedback en sus ideas?
—En el fondo esta situación es de una gran volatilidad… me parece que es bueno este tema de que de golpe las ideologías sean más difíciles de definir, porque es la consecuencia de un estancamiento que es insostenible. Seguir protestando porque el capital construye es algo que estaba más o menos bien en los años 60, pero hace 60 años de eso. Y que en general el liberalismo piense que todas estas cosas son completamente juego limpio y que el mercado se regula solo también es una fantasía completa. No se regula nada solo, por eso cae. Porque cuando no hay regulación se revienta todo. La capacidad de maniobra, que es el acto de la función política, es lo que por lo general es más difícil de encontrar. Cómo se hace para incentivar algo que produzca lo que el desarrollo en general produce, que es fundamentalmente ocupación, presumiblemente redistribución del beneficio económico a través de todos los taxes, lo que sea. Todo este proceso necesita nada más que pura negociación. Y para negociar uno tiene que saber qué es lo que quiere, si lo que quiere es darles nada más que trabajo a los cuatro amigos que uno tiene que todavía están en la construcción y que se quedan sin trabajo cada vez que a los argentinos se les cae el dólar, no es muy sostenible como idea. Yo no es que esté en contra de los argentinos sino que es lo que ha pasado siempre, es como una situación de reacción en la que la parte que a mí me parece más tocante desde el punto de vista emocional, es que la gente sabe eso pero tampoco tiene alternativa para reaccionar. Es como lo que pasó con esta explotación del hierro a cielo abierto (minería de Aratirí), unos inventos completamente ridículos. Por lo cual lo único que hace falta es estar un poco en el mundo y saber con quién hay que hablar.
—¿Usted sabía que ese proyecto iba a fracasar?
—¿Cómo le voy a decir? Son estas cosas de la localidad que —como espectador, no como arquitecto ni como ciudadano, de afuera— no se pueden creer. Este tema de la negociación del ferrocarril con la gente de la planta de celulosa es una de las locuras más grandes del mundo. El ferrocarril no cuesta 850 millones de dólares, cuesta 140. Y terminó valiendo 400 u 800 porque todo el mundo quiere un pedacito de algo que no existe todavía. Y encima después no quieren garantizar la inversión, con lo cual no quedó ningún oferente más o menos posible o quedó uno. ¿Me dice por qué esto es complicado? No es complicado, es supersimple. Y más simple todavía porque no hay nadie en el Uruguay y ese es todo el problema. Se puede arreglar en dos minutos. No es la Argentina con un Producto Bruto como si fuera el de California y con 40 millones de tipos que están hace 50 años todavía colgados del peronismo. Es cierto que hay anquilosamiento del aparato sindical, hay mucha falta de capacidad de maniobra… Hay una cosa que es fundamental, que es que Uruguay es un lugar honesto, no hay cosas raras y eso es una virtud descomunal. Es lento, es burocrático, pero no es un lugar que uno tiene que empezar a pensar cómo se arregla para cambiarle la cabeza a la gente. La gente está fenómena, están todos bien, los políticos, los sindicalistas. Lo único que hay que hacer es enderezarlo, nada más.
—¿Y usted no habla con los dirigentes políticos de estos temas?
—He hablado con algunos, pero tampoco es mi trabajo. La razón por la que le estoy contestando estas preguntas es porque si uno no encuadra esto dentro de la situación más o menos global, es todo puntual. Esto no es Cipriani o yo. ¿Se da cuenta? Es una oportunidad de tener una influencia o una corriente de gente que de otra manera no vendría nunca. Me parece que esto debería ser una política nacional, que la protección del territorio hacia el este no es una cuestión que se resuelva con la nostalgia del Uruguay Natural. Es una necesidad, porque sin ese producto el Uruguay no se puede vender. Nadie puede darle al Uruguay una perspectiva de futuro sustentable económicamente como hizo Suiza, donde cada vez que tiene que construir y pintar la puerta de su casa tiene que pedir 350 permisos. Pero por algo lo hacen y tienen clarísimo por qué lo hacen, ese es el punto. Eso, la parte física que es lo que hace que el país sea tan especial. Hay dos partes de esto: que el Uruguay tiene una base de honestidad, de educación sobre el tema de la honestidad histórica. Tiene una gran tradición de jurisprudencia porque todo es proceso cívico. Y tiene este lugar que es increíblemente lindo ¿Qué le falta? Le falta que alguien maniobre esto de alguna manera un poco más eficiente.
“El San Rafael, por más que esté en la memoria colectiva y todo lo demás, hay que hacerlo de nuevo porque se cae solo”
—Parece estar como desencantado con el sistema político local de Uruguay.
—No estoy desencantado, creo que uno se desencanta si piensa que lo puede hacer mejor. Yo no sé si lo puedo hacer mejor, creo que hay cosas que se pueden hacer mejor y creo que la gente que lo va a hacer mejor es la clase política uruguaya en cuanto se aggiorne de una manera y se dé cuenta de que hay ciertos mecanismos. Compárelo con la Argentina, con Paraguay, con lugares donde el fascismo existe en la forma de los años 30 y 40. Este lugar es potencialmente extraordinario físicamente y humanamente y podría estar buscando la manera de salir de un cepo regional para el cual no tiene… porque la idea es que este era el tapón entre los españoles y los portugueses en el año 1805. ¿Cómo puede ser que todo dependa de esta gente?
—¿Usted ve actualmente a políticos con esa capacidad de aggiornamento?
—Creo que hay gente valiosísima de los tres partidos. El problema es que la gente está resignada a este tema del reciclaje de la versión tradicional del Frente Amplio como un frente de perfil social, contra un frente de perfil empresario. Dos cosas que están demostradas desde ya que no son así tampoco, porque no hay ni empresas ni socialismo. Creo que hay gente joven en todos estos partidos que están más cerca de la gente joven de los otros partidos que de la gente vieja de los partidos viejos.
—Volviendo al segundo proyecto que presentó, ¿tiene expectativas de que realmente va a salir, de que van a conciliar todas las partes?
—Tengo totalmente expectativa y quiero explicar además otra cosa, que es la razón real por la cual yo cambié el proyecto. Después de hacer el primer proyecto me di cuenta de que es imposible. El San Rafael, por más que esté en la memoria colectiva y todo lo demás, hay que hacerlo de nuevo porque se cae solo. Entonces lo que vamos a hacer es rehacer el edificio con unos especialistas del Tudor que son amigos míos que viven en Inglaterra. Van a hacer lo que tendría que haber sido en los años 40 o 30, ni me acuerdo cuándo fue que se hizo, con las proporciones reales, con todo bien. Pero una vez que se hace algo es como que se fabrica el objeto que vale la pena destacar. En el primer proyecto que yo hice, el hotel prácticamente no existía porque estaba totalmente invadido por un hotel mucho más grande. Es un dato que yo no tenía en ese momento. Hay que hacer un mejor Hotel San Rafael que valga la pena tener. Y ahí es donde viene todo este tema de enmarcarlo y que se vea y demás. Pero eso de la preservación por ejemplo es un tema que la gente no entiende nada. ¿Qué es lo que hay que preservar de eso? Lo que hay que preservar es lo que la gente piensa que eso es. Y lo que la gente piensa está más conectado con una cuestión que evoluciona que con la constitución física del edificio que quieren mantener.
Nota original: https://www.busqueda.com.uy/nota/punta-del-este-ya-es-miami-pero-peor-porque-la-gente-no-se-queda-vivir-proyectos-como-el-del